
Tomando café hoy por la mañana me di cuenta de que no estaba ahí. Si, estaban mis cosas, mis libros, mis revistas, mis fotos, pero yo, específicamente yo, no estaba ahí.
Preocupado me vestí, me vi al espejo (que aparentemente reflejaba mi figura), me metí al bolsillo 25 centavos y salí a tomar un bus a alguna parte. No importaba donde realmente porque no me cumplía llegar sino irme. Me fui a buscarme.
En el camino encontré varios episodios de mi vida reciente que me dejaban ver más como un estúpido que como alguien al que se amerite buscar. Pero en mi caso no es que me quedaban muchas opciones. Me fui a la mierda y debía rescatarme, socorrerme u olvidarme. Fui por mí pegando retazos de historias que me daban pistas escuetas de mi paradero. ¿Estaré vivo? Me preguntaba mientras me movilizaba en un bus viendo por la ventana a alguna cara conocida. Pero, ni conocidos ni respuestas.
Me busqué en un La Mayor, que era la nota donde siempre empezaba mis conflictos. No estaba ahí. Me busqué en un sainete, me busqué en el jugo de limón que me daba vida antes de que la “perdiera” dentro de esta búsqueda. Me busqué en miles de nalgas, en miles de fotos, en miles de ventanas y en miles de rostros bonitos que era donde se quedaba habitualmente parte de mi… no, no estaba ahí.
Cansado de los resultados decidí sentarme a escribir para pedirte a ti, que ahora estás leyendo, que si me ves me avises. Hace rato que dejé este cuerpo que vive por inercia para mudarme a no se donde. Si me ves, avísame por favor que se me hicieron largas las noches que no duermo. Avísame porque me sobra un plato en la mesa y una entrada para el cine. Avísame porque al que peino no soy yo: no me río como yo, no vivo como yo, no sueña como yo. Avísame porque la desesperación me está haciendo creer que el tipo este del espejo soy lo que quedó de mi luego del tsunami que me inundó la costa. Avísame por favor.