viernes, 22 de enero de 2010

¿Sabes dónde estoy?


Tomando café hoy por la mañana me di cuenta de que no estaba ahí. Si, estaban mis cosas, mis libros, mis revistas, mis fotos, pero yo, específicamente yo, no estaba ahí.

Preocupado me vestí, me vi al espejo (que aparentemente reflejaba mi figura), me metí al bolsillo 25 centavos y salí a tomar un bus a alguna parte. No importaba donde realmente porque no me cumplía llegar sino irme. Me fui a buscarme.

En el camino encontré varios episodios de mi vida reciente que me dejaban ver más como un estúpido que como alguien al que se amerite buscar. Pero en mi caso no es que me quedaban muchas opciones. Me fui a la mierda y debía rescatarme, socorrerme u olvidarme. Fui por mí pegando retazos de historias que me daban pistas escuetas de mi paradero. ¿Estaré vivo? Me preguntaba mientras me movilizaba en un bus viendo por la ventana a alguna cara conocida. Pero, ni conocidos ni respuestas.

Me busqué en un La Mayor, que era la nota donde siempre empezaba mis conflictos. No estaba ahí. Me busqué en un sainete, me busqué en el jugo de limón que me daba vida antes de que la “perdiera” dentro de esta búsqueda. Me busqué en miles de nalgas, en miles de fotos, en miles de ventanas y en miles de rostros bonitos que era donde se quedaba habitualmente parte de mi… no, no estaba ahí.

Cansado de los resultados decidí sentarme a escribir para pedirte a ti, que ahora estás leyendo, que si me ves me avises. Hace rato que dejé este cuerpo que vive por inercia para mudarme a no se donde. Si me ves, avísame por favor que se me hicieron largas las noches que no duermo. Avísame porque me sobra un plato en la mesa y una entrada para el cine. Avísame porque al que peino no soy yo: no me río como yo, no vivo como yo, no sueña como yo. Avísame porque la desesperación me está haciendo creer que el tipo este del espejo soy lo que quedó de mi luego del tsunami que me inundó la costa. Avísame por favor.

miércoles, 20 de enero de 2010

¿Lo leerás?


Te escribo a ti sabiendo de antemano que no lo leerás. Pero cumplo con mi función y tu haces lo mismo con la tuya. Te escribo sabiendo que para que puedas leer lo que te pongo deben pasar dos cosas, y según las estadísticas, las dos son improbables: la primera es que me muera; la segunda es que madures.

Te escribo para recordarte que estoy aquí y para recordarme a mi que no necesitas que te lo recuerde. Te escribo para descargar la mochila que he llenado de paradigmas. Me siento como el niño que a la hora de dar la cara solo deja asomar la mano con la resortera… ¿Soy culpable? ¡Claro que lo soy! Soy culpable de aparecer inocente en un juicio que nunca me seguirás, soy culpable de haberte pensado con anterioridad y de haberte invitado a tomar un helado que dejó una cola de recuerdos que cuando me muera serán difíciles de borrar. Soy culpable así el jurado diga lo contrario luego de verme la cara de bueno que me cargo.

Te escribo sabiendo de antemano que no leerás ni una línea, que no te lo contarán, que no lo escucharás por accidente y que no está publicado en un medio al que tengas acceso. Te escribo porque tengo ganas de hacerlo. Te escribo porque hoy decidí abanderar la lucha de las causas perdidas, por eso te escribo.

No espero nada porque dejé de creer en los milagros desde que el año pasado que no fuimos al mundial: tantos rezos, tantas velas, tantas procesiones, tantas vírgenes (considerando que la virginidad es hoy por hoy una mancha más que una virtud) y nos quedamos con la camiseta comprada… Solo espero que lo sientas, que mis palabras te lleguen como brisa, como tarde soleada, como arena en el pelo, como un resfrío que se te meta dentro… solo eso espero.

martes, 19 de enero de 2010

Ahí estás


Se que estás ahí. Puedo olerte a kilómetros. Se que vives en la sala vip de un aeropuerto donde nunca llegan los aviones. Se que te bajaste del mundo porque iba muy rápido.

Puedo oler tus dudas, los instintos que te delatan, que te adornan. Se que estás ahí detrás de un simulacro al que por costumbre llamaste “vida”. Se que vives en la casa donde duerme el sol. Se que me recuerdas y que cada línea te permite escucharme… en silencio. Se que la vida te puso en el camino del olivo, del néctar salado que dejas como evidencia en la escena del crimen: para ser más culpable de lo que ya eres. Puedo escuchar como parpadeas frente a la pantalla. Es más, puedo oler tu respiración y puedo distinguir en ella el cambio de tu ritmo cardíaco. Estoy aquí, viéndote desde este párrafo, desde esta zanja en la que me auto exilié.

Dudas, como ya dudaste. Recuerdas, amas por ratos y te niegas. Sueñas en las fantasías que guardaste en la caja fuerte de tu moral. Aun puedo olerte en el horizonte celeste de mis conversaciones solitarias. Ahí estás por más que quieras esconderte.

lunes, 18 de enero de 2010

Imaginándote


Hoy te vi en la esquina de algún recuerdo borroso. Te vi en la saliente del sol y en el ocaso de mis sueños. Te vi entre la niebla y la lluvia, entre la sal y la arena. Hoy te vi y me veía a mi mismo con nostalgia y con pena. Hoy “nos” vi aunque suene cursi. Hoy estuve detenido en medio de los escombros que me dejó tu noticia y me vi empolvado, como esos bomberos rescatistas que darían su vida por la de otro… así de empolvado pero no así de solidario. Hoy me vi en un estado lastimero, lastimoso… lastimado. Hoy te vi con otra ropa, con otras joyas, con otros tiempos. No me di cuenta que en tu agenda no había espacio para mi nombre ni para mis actos circenses de payasadas rutinarias. Hoy te vi segura, imponente, envidiable. Hoy me vi dependiente, equívoco, impersonal. Yo no veo bien y sin embargo te vi y me vi. Con estos lentes gruesos no se escaparon los detalles de tus traiciones y las mías. Hoy fui lo que debí ser siempre: nada.
Hoy estoy, mañana estuve aunque gramaticalmente parezca una herejía. Hoy vivo y muero por cientos, por miles. Hoy, como el ave Fénix, salgo de mis propias ruinas para rogarte que no me compres pasaje de regreso. ¡Y es que no quiero volver! Déjame en la siguiente estación que estaré bien, no importa si es invierno, ¡déjame en la próxima estación!
Hoy te vi arrepentida. Mi desconfianza bordea tus cumbres, tus almuerzos, tus medias tintas. Mi desconfianza te acompaña como una morbosa mascota salvaje que se come lo bueno. Mi desconfianza aterriza en cada una de tus pistas. Yo estoy en cada halago pero también lo estoy en cada insulto. Yo soy un insulto personalizado. Hoy te vi en la cafetería con el que quiso ocupar mi lugar a medias; es decir, con el que solo quiso la fresa y dejó el pastel para el resto. Hoy te vi pasar agarrada de un recuerdo que nunca viví… y me dirás ¿cómo lo recuerdas entonces? Y te respondo con esa enfermiza tristeza que ahora me agobia: imaginándote.
Matías Dávila 2010, Todos los derechos reservados. Quito - Ecuador - Suramérica