jueves, 16 de junio de 2016
El dinero ascendido a “valor”.
Por Matías Dávila.
Hay una gran diferencia entre un valor y un principio. Los valores, parafraseando a Andrés Panasiuk, son como los materiales con los que construyes tu casa; estos bien pueden ser madera, lata, cemento, metal y hasta cartón. Pero los principios son el lugar donde pones la columna.
Un valor dentro de una pandilla es la solidaridad: el crimen de uno se convierte en el crimen de todos. Pero de ninguna forma podemos entender, fuera de la visión de la pandilla, a este gesto como solidaridad genuina. Para nosotros se llama ENCUBRIMIENTO.
El poseer mucho dinero, dentro del esquema que día a día nos quieren vender con tanta urgencia, no se quienes, es un valor, no es un principio. Digo que “no se quienes” porque es la verdad. Veo sus mensajes en televisión, los oigo en la radio, los miro en el comportamiento social de los grandes líderes de opinión, pero no se quién es la cabeza maquiavélica detrás de este proceso… digo, debe haber alguna.
El hombre, en su pleno uso del raciocinio, sería incapaz de poner en riesgo su vida y la de sus siguientes por el solo hecho de comprarse un jean por ejemplo, que dicho sea de paso utiliza para su fabricación 11 mil litros de agua que no te los tomas tu, que no me los tomo yo, ni que se los toman los niños del África. (Fuente Revista National Geographic Abril 2010). Se me hace difícil de creer que la mujer en su pleno uso de facultades e información, sea capaz de dejarse seducir por un comedor plástico de vanguardia, cuando el suyo todavía sirve, y sabiendo que hay micropartículas de plástico a lo largo y ancho de todos los océanos del mundo, independientemente su lejanía.
Cuando “tener” es un valor para una sociedad que va perdiendo la mira en los principios, temas como el de la corrupción son simplemente apocalípticos… es decir irresolvibles. No podemos hacerle el juego al futuro de nuestros hijos y nietos y a las apetencias por tener cosas que no nos sirven. O pensamos en lo uno o pensamos en lo otro.
Pero a este cuadro devastador hay que sumarle la ideología. Ésta, como la prostituta que se vende al mejor postor así sea el peor. Argumenta horrores y barbaridades y sabe que debe hacerlo desde la boca de los “respetados”, de los “creíbles”, de los “ejemplos” de un sistema agrietado que poco le falta para venirse abajo. Ahora nos sale con la sinvergüencería del “derecho”. Ahora resulta que quienes hemos trabajado arduamente y tenemos el dinero para comprar, no debemos tener ninguna restricción a la hora de hacerlo. Suena bien, suena a libertad. Pero si solo nos quedarían 10 árboles, 10 peces, 10 vacas y 10 pollos, y fuéramos 20 habitantes, sería inaudito que uno de los habitantes (el que tenga el dinero) se compre 9 de cada cosa -porque tiene plata- y que el uno restante nos de “generosamente” para repartirnos entre los demás. Esto es lo que se trata de tapar con un discurso tan egoísta y tan básico al mismo tiempo.
Resumo, ¿tienes derecho a tener?: sí, pero no antes de que todos tengamos el derecho a “ser”.
Los ideólogos de este despropósito nos hacen creer que su derecho radica en el trabajo, en el esfuerzo y en la tenacidad de sus proyectos. Amartya Sen, Premio Nobel de economía habla de la igualdad, pero no desde la visión del socialismo, es decir, no es igual una sociedad donde todos tenemos lo mismo, sino donde todos gozamos de las mismas oportunidades. Eso en esta sociedad, eso no pasa. Por eso es que es un error ver este “derecho” como lógico. Cuando los “vagos”, los “parásitos”, los “vividores” que creen ver los ricos son solo el resultado del blindaje a las oportunidades, su discurso pierde legitimidad.
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