lunes, 17 de enero de 2011

Esto publicó El Diario El Comercio el 19 de diciembre



ESTE ARTICULO FUE PUBLICADO POR EL DIARIO EL COMERCIO Y ME PERMITO TOMARLO LITERALMENTE. TENEMOS QUE HACER ALGO CON RESPECTO A ESTOS NIÑOS. NO ES UNA CRITICA AL GOBIERNO NI UN ESFUERZO POLÍTICO ENCAMINADO A ALGÚN PROPÓSITO. ES UN LLAMADO A LA ACCIÓN. LEELO POR FAVOR Y EMPECEMOS A PLANIFICAR UNA SOLUCIÓN. ESTOY CONVENCIDO DE QUE LA ESTRATEGIA ES "MUCHOS HACIENDO POCO, Y NO POCOS HACIENDO MUCHO".
GRACIAS POR DARTE EL TIEMPO.


chimborazo
DOMINGO 19/12/2010
130 niños de Palmira resisten toda la jornada escolar con un desayuno

Tiempo de lectura: 9'1'' | No. de palabras: 1354

Byron Rodríguez Vásconez

María Martina Sislema, de 12 años, es la primera en llegar a la Escuela 27 de Febrero, de la parroquia Palmira, una hora al sur de Riobamba.

Está cansada. Le duelen los pies porque caminó dos horas desde la comuna Chuiquilán, en los páramos orientales, para recibir clases en quinto de básica.


Llega ataviada con uno de los coloridos atuendos indígenas de Chimborazo: una bayeta rosada que cruza el pecho, fijada con un imperdible, un anaco azul y una faja multicolor en su cintura. Habla quichua y español.

La neblina cubre las montañas de este paraje agreste, situado a 3 200 metros sobre el nivel del mar. María Martina tiene hambre; no ha desayunado a pesar de que salió a las 05:00 de la casa.

Falta poco para servirse el frugal desayuno escolar: una colada de tres sabores (naranja, coco y vainilla) y cuatro galletas, entregado por el Programa Aliméntate Ecuador -PAE- del Ministerio de Educación.

Sislema se acomoda en una rústica banca, cercana a un patio interior. Allí, el conserje Néstor Logroño y su esposa, Luisa Logroño, mecen la olla de colada.

Se percibe el dulce aroma de la vainilla. Fatigada, María Martina confiesa que camina de lunes a viernes. “Me toca andar larguito, pero debo terminar la escuela”, dice, y se sonroja. Se cubre el rostro rojizo, curtido por el viento, con la bayeta, y luego exterioriza su malestar por la suspensión del almuerzo (quedan raciones para pocos días). También están descontentos los 130 niños y sus cinco profesoras por la decisión del Ministerio. “La comida de las 12:30 ayuda a caminar más ligerito”. Extrañará el almuerzo que consiste en atún, sardina, arroz, fréjol, cebolla y tomate. “El pescado (sardina, así lo nombran) nos gusta, lo mismo el arroz”.

Para no aburrirse en la larga caminata, entona las canciones de Ángel Huaraca, su artista favorito, cuya “música chicha” se escucha en la Radio Sotaurco, de Tixán. A las 07:00, la neblina se ha esfumado. Entonces se descubren las cuatro sencillas aulas prefabricadas, los columpios rotos y una resbaladera enmohecida. Los niños saludan a las maestras y a sus compañeros.

Árboles de ciprés flanquean al patio y las aulas se ven limpias; unas con pizarrones de tiza, verdes y arcaicos; y otras con pizarras nuevas de tiza líquida. Los niños de 5 a 12 años hacen fila portando jarros de plástico rojo.

“La colada está calientita”, dice José Luis Roldán, de 11 años, de séptimo de básica, quien caminó una hora desde Atapanta Cruz.

Como muchos campesinos, sus padres, Toribio y María Dolores, siembran papa gabriela y chola, ideales para las áridas laderas. Luego las venden en Guamote. José Luis tiene dos hermanos menores, Raúl y Carlos.

Mientras los pequeños continúan recibiendo el desayuno, Anita Oquendo, la directora, lamenta la suspensión del almuerzo. Para sus compañeras, Patricia Chapalbay y Julissa Villarroel, Oquendo es un referente de mística educativa: trabaja 27 años en la escuela. Se inició como profesora. En un medio asolado por la pobreza, la Directora ha dado dignidad a los pequeños.

Los niños mestizos de Palmira, un puñado de casas blancas en una colina, visten un buzo café en el que resaltan las iniciales de la escuela: E 27. Y los indígenas llevan su vestuario ancestral.

Oquendo reconoce que los padres estaban contentos con el almuerzo escolar. A la hora del retorno de los niños, los padres trabajan en las chacras que producen habas, papas, cebada, mellocos, para el autoconsumo y para la venta en el mercado dominguero de Guamote.

Oquendo es de Riobamba, pero reside en Palmira. Dice que guardan raciones de desayuno para 40 días. La proporción para la colada diaria es de 2 400 gramos. Una caja trae 20 fundas. Utilizan cuatro por día, ya que una funda alimenta a 25 niños.

En las etiquetas se lee el contenido: hierro, vitaminas B1 y B2, ácido fólico... Algunos chicos, como Piedad Huaraca, prefieren la quinua o las habas, propias de la zona, en vez de la granola, que también entrega el Ministerio. La Directora resalta el valor nutritivo del almuerzo en una zona de alta desnutrición.

Muchos niños son pequeños y delgados. Parece que tienen 7 años, pero tienen más de 11.

Oquendo, quien viste el uniforme azul de los lunes, reconoce que varios niños caminan desde las alejadas comunas. “Por suerte pasa la Línea Gris”.

Son buses que transitan por las comunidades. El pasaje cuesta USD 0,25, cantidad que la mayoría de chicos recibe para la colación de media mañana; otros traen pan en los morrales y en las mochilas. La algarabía del desayuno sigue. Los niños están dispersos por el patio y en un pequeño comedor de bancas desgastadas. Una de las profesoras (pidió omitir su nombre) da una salida para que los alumnos no pierdan el almuerzo: la entrega mensual, de los padres, de un dólar para adquirir los alimentos. Pero aquí es duro conseguir ese dólar. El dinero lo administraría el Comité de Padres. “Tenemos fréjol -dice Oquendo- pero hay que cocinarlo dos días, es duro, no tenemos una olla de presión”.

Los chicos devuelven los jarros rojos y van a las aulas. A las 11:00, la maestra Chapalbay se las arregla para dictar clases a dos cursos en la misma aula: séptimo de básica (19 chicos) y sexto (16).

Los de sexto leen un libro de lengua y literatura, donado por el Ministerio, y los otros atienden una clase de ciencias naturales.

“Casi todos -explica la profesora- terminan la primaria y van a trabajar en las plantaciones de flores de Machachi y en otras ciudades”. María Cecilia Daquilema, de séptimo año, se esfuerza para mantener la atención en clase. Es vaquera y pastora. Se levanta a las 04:00 para ordeñar y luego va a la escuela. Chapalbay reconoce que los niños son valientes, pese a su precaria vida.

María Martina mira una maqueta de un paisaje andino, en la que resalta el Chimborazo, hecha por Carlos Cedeño, usando papel, tintas y paja del páramo.

Los sueños no están ausentes. Valeria García quiere estudiar belleza. Lucía Cajilema seguirá preparándose “para comprar vaquitas”. La clase termina. Al mediodía, las niñas, como María Martina y María Cecilia, se pierden por campos verdes y grises.


“Sentimos mucha pena porque ya no habrá el almuerzo escolar, ya que es más nutritivo”.
Anita Oquendo. Directora de la Escuela 27 de Febrero



“El almuerzo que comíamos aquí nos ayudaba a caminar más ligerito a las comunas”.
María Martina Sislema. Alumna de quinto de básica

Matías Dávila 2010, Todos los derechos reservados. Quito - Ecuador - Suramérica