viernes, 15 de noviembre de 2013

"No existen los patos"



Una madrugada como cualquier otra. Muy temprano por la mañana, salí de mi casa de la mano del sol que iba “de salida” también. Fui a un parque que está a 1 kilómetro de mi casa, donde procuro meditar 4 de los 7 largos días de la semana. Las preocupaciones y los distractores hacían las veces de una enorme mochila que cargaba en el recorrido. Iba pensando un sinnúmero de cosas aparentemente diferentes, pero unidas por un recuerdo, una palabra, un olor… el cerebro relaciona mil cosas en una misma línea de tiempo que, cuando uno está intranquilo parecería ser infinita.

Llegué al parque. En uno de sus extremos hay una laguna que es un poco más grande que una cancha profesional de fútbol. Es decir, no es gigante, pero no es pequeña tampoco. Yo suelo orar, meditar, agradecer y visualizar en su orilla, que para poder recrear la imaginación del lector, tiene 25 metros por 4 -más o menos-. No es redonda ni ovalada, no tiene una figura geométrica definida pero su diseño tiene cortes rectos. En la mitad hay una pequeña isla redonda decorativa. Esa mañana, como ya lo dije, traía una angustia que no facilitaba mi necesidad de encontrar paz.

Me senté y traté de poner la mente en blanco, pero las ideas hacían más ruido que una avalancha. Luego de diez minutos de intentos empecé a reconsiderar esta meditación, tal vez hacía más trabajando que ahí, “perdiendo el tiempo”. Como si no fuera ya suficientemente frustrante mi intento de meditación, vi que en la isla de la mitad había un grupo de patos. Tres de ellos se lanzaron al agua y empezaron a acercarse hasta donde estaba sentado yo. Aquí haré una pausa y por un momento cambiaré de giro la narración porque es la parte más importante de este relato. Cuando yo tenía 4 años me atacó un gallo en el patio de mi casa. Me picoteaba y corría detrás de mí. Yo por la desesperación no podía encontrar la puerta de salida y traté de subirme al marco metálico de una ventana. El gallo saltaba y seguía picoteándome las piernas mientras yo gritaba aterrorizado. Desde ahí, pese a que ya tengo unos centímetros y unos kilos de más, todo animal que tenga plumas me da miedo. Por eso cuando empezaron a venir hacia mi los patos, se despertó ese primitivo instinto de supervivencia que me decía: “¡De pie!, ¡De pie!” Trataba de concentrarme pero ahora las circunstancias se habían vuelto mucho más adversas. Finalmente, vi como los patos llegaron a un metro de mi posición pero, por estar yo sentado y por estar el agua de la laguna sesenta centímetros más abajo del piso donde yo estaba sentado, se formó un “punto ciego”. Yo sabía que los patos estaban ahí, pero no podía verlos. La señal de alerta me la darían los aleteos de estos animales al querer subir a la orilla. Como voy con frecuencia, estoy muy familiarizado con ese sonido.

La meditación se transformó en un estado de alerta muy parecido al de los soldados en una trinchera. Pueden incluso encontrar una posición para acomodar el cuerpo mientras esperan, pero será imposible que lleguen a tener paz. Esa zozobra se apoderó de mi ya intranquilo momento de búsqueda de la quietud.

¡No pude más! Luego de un interminable minuto me puse de pie y me alejé unos metros de la orilla. Me dio curiosidad de saber dónde se habían escondido los condenados patos. Me acerqué a la orilla y no los ví. Fui por un borde cercano y tampoco estaban ahí. Busqué otra posición que me permita ver la laguna con más detalle sin dejar de mirar las posibles salidas y tampoco: no había patos. Me sorprendí mucho y fue en ese momento donde escuché una voz interior (a la que yo llamo la voz de Dios pero tal vez para otros sea la voz de su conciencia) que me dijo: “Materializaste tus miedos y eso te impidió cumplir tu propósito. Diariamente te pasa lo mismo. Dame la mano, camina confiado conmigo porque NO HAY PATOS”.

Me reí solo. Mis problemas desaparecieron porque tuve una de las más bonitas revelaciones de mi vida. No ganaba nada pensando en las dificultades que en ese momento no podía resolver. Esas dos horas de meditación, eran el regalo que yo me daba a mi mismo para darle un vuelco a mi vida. Pude concentrarme casi inmediatamente. Fue en ese momento donde volví a escuchar la sabiduría de la voz que me dijo: “Tienes un fin mayor”.

Ese día hice muchas reflexiones con respecto a mi Fin Mayor. Dividí mis “importancias” de mis “urgencias” y descubrí que mucho de mi tiempo estaba enfocándose en apagar incendios que me estaban distrayendo de lo importante de la vida.

Dios me habla a través de mi conocimiento. Yo milité durante siete años en el evangelismo. Leí la Biblia y guardé en mi corazón muchas de sus enseñanzas. Pero luego me alejé. En ese camino leí muchas más cosas, incluso obras que contradecían la Biblia por completo. Lo que es curioso es que Dios (o la voz que escucho), no escatima en recursos a la hora de hablarme. Utiliza ejemplos de todo lo que aprendo. Por esa razón es que no me limito a creer en un Dios con “nombre y apellido” sino en la fuente misma del amor. Estoy completamente seguro de que al otro lado del mundo, a quienes crean en otro Dios, les es revelado el amor igual que a mi… Mi Dios no tiene nombre. Lo llamo “Padre” por costumbre. Algunos lo llamarán “Madre”, otros “Arquitecto”… cuando le pregunté que cómo debía llamarle, sentí que sonrió con ternura y me hizo entender que eso era irrelevante con respecto al mismo hecho de buscarle. Y les cuento esto porque me recordó un párrafo bíblico que está en Mateo donde Cristo me dice que los pájaros no siembran, ni ciegan, ni cosechan y sin embargo Dios les provee diariamente. En esta enseñanza Dios Amor me dijo lo mismo. Mis urgencias están en la provisión, cuando ésta debería estar asegurada por mi fe. Las importancias, este “Fin Mayor”, está en mi quehacer cotidiano y nada tiene que ver con el enfoque de la producción.

Pero ahí no terminó mi enseñanza. Luego me trajo a la memoria un texto que está en la Primera Carta a los Corintios. En el capítulo 3 dice que nosotros somos compañeros de trabajo al servicio de Dios. Somos co – creadores. Deepak Chopra dice en su “Libro de los Secretos” que nuestra misión es la expansión de la creación. Dios y yo creamos juntos. De hecho yo aporté en la creación de mis hijos, de mis canciones, de este artículo, etc. Soy co – creador. Pero si esto es cierto, si mi Fin Mayor es crear “hombro a hombro” con Dios, mi responsabilidad y mi papel el la vida dan un giro extraordinario. Yo tengo la obligación de crear cosas buenas, ya no me puedo permitir insultos, malos modos, bravatas… Cuando la gente me mire, debe ver el amor manifestándose, ¡ese es mi Fin Mayor!. No me pide que deje mi trabajo y que me ponga una túnica para predicar en el desierto, no me pide que deje a mis hijos, me pide coherencia con esta enseñanza. ¡Soy co – creador con Dios! Es mi Fin Mayor el de vivir con la responsabilidad de ser el reflejo de lo que yo considero bueno: la amabilidad, la verdad, el amor hacia el resto, etc. Incluso la rectitud de mis actos, así esa rectitud signifique la mano dura, porque entendí que mi Fin no es ser un payaso que de sonrisas pasajeras, sino un ejemplo. Cada uno tendrá su lectura muy particular.

Esta no es una enseñanza que se puede digerir en un día. Es un proceso de formación. Para finalizar fui a conversar con un buen amigo y en medio de nuestra conversación le entró una llamada telefónica importante y tuvimos que hacer una pausa obligatoria. Yo, para darle cierta privacidad a su charla, salí de la oficina hacia un corredor donde Él tiene un par de afiches de películas famosas. Uno de ellos es el de los Expedientes Secretos X. He visto ese afiche más de 60 veces porque me toca pasar por ahí siempre que trabajo con mi amigo. Pero hoy decidí leer lo que decía en su parte superior, que fue la última “revelación” (como dice Chopra) que marcó ese día. La frase dice: “Si quieres saber la verdad, tienes que creer”.

Con ese reto, terminé el día y hoy escribo esto. Ha pasado casi una semana de esta enseñanza y no he recibido otra.
Matías Dávila 2010, Todos los derechos reservados. Quito - Ecuador - Suramérica