jueves, 25 de noviembre de 2010

Mi pecado oculto


Este es un artículo que me envió mi amiga Julia Fabara. Le pedí autorización para publicar su trabajo. Me dijo que no pero igual ahí va.


Mi pecado oculto es….
Algunos de nosotros, por no decir todo, una que otra vez, hemos hecho o hacemos frecuentemente cosas que van en contra de la imagen que proyectamos al medio en el que nos desarrollamos, por ejemplo el típico ejecutivo del Quito moderno, con su terno y su blackberry, se escapa, mediando cierta dosis de adrenalina y placer, a los motecitos de San Juan, hace la cola, compra el mote y al frente el juguito, y regresa a la oficina con culpa y si la Carito de contabilidad le pregunta que comió, responde sin titubear: sushi del Noefff, sin darse cuenta que lo delata el olor a ají de maní con cebollas, que inundó el ambiente apenas entró.
Así como este hay un sinnúmero de ejemplos como esos, nadie lo dice, todos lo saben, pero es como hablar de sexo en los 50’s, piénsalo pero no lo digas porque quien esté libre de pecado mejor nos denuncia a todos, como dice la fiscalía de la nación, pero yo estoy aquí para confesar, para liberarme de la culpa, salir del closet social en que todos estamos metidos, decirles a todos que ME GUSTA LA TECNOCUMBIA!!!!!!, siiiiiiiiiiiiiiiiiiiii ya seeeeeeeeeeee que CHOLAAAAAAAAA, y tengo que decir que al principio no me gustaba para nada, me parecía un crimen contra los oídos y luego, cuando apareció el 10/10, a los ojos, y así como todo empecé ojeando el canal 21, riéndome de las vestimentas, las coreografías, las escenografías y las interpretaciones de nuestra chicha ecuatoriana, hasta ahí todo bien, yo desde mi pedestal criticaba y hacía mofa de la expresión de nuestra cultura popular subterránea, pero todo cambió cuando tuve que ir en bus 4 horas al día de ida y vuelta al trabajo, tuve que escuchar tecnocumbia durante todos los trayectos, todos los días, ese número de horas diarias, así que preferí dejar de pelear contra ellos y unírmeles, tengo algo en común con los buseros Y QUÉ?, y cada mañana entro a la oficina tarareando “En vida que me quisieras”, “que más hombre querías” o “que mas hembra querías”, y ya se han acostumbrado, nadie me mira inquisidoramente, solo me regalan una sonrisa condescendiente y entre dientes murmuran chola mientras sus mentes gritan QUE BUENA CANCIÓN y yo grito ME LIBERÉ.
Por: Julia Fabara

martes, 23 de noviembre de 2010

¡Juego de niños!


Oigo con cierta molestia la expresión “Juego de niños” cuando la gente quiere referirse a cosas sencillas, fáciles. Pues deben ser los juegos de niños de algún idiota porque recuerdo que MIS juegos de niño eran verdaderas conflagraciones donde más de uno terminaba, sino herido, por lo menos raspado.

Pero es que hasta jugando a las “barbis” con mi prima Paola, recuerdo que terminaba malherido. Si no me caía el “quen” en la cabeza, me caía el “jip” de “barbi”; y si no pues simplemente me caía yo en un intento por hacer que la “barbi escaladora” hiciera un rapel desde la ventana de la cocina.

Los juegos de niños en mi época eran al aire libre -excepto el papá y la mamá que se jugaba cuando llovía-. Todo giraba en torno a una irrefrenable necesidad que tenía de subirme, treparme, golpearme, amarrarme… Los niños jugábamos a saltar, a asaltar, a construir, a investigar. No habían juegos de video: el mundo era nuestro campo de juego.

Los más sanos jugaban a cosas ya establecidas: fútbol, rayuela, congeladas, en fin. Los menos convencionales en cambio, jugábamos al “rapto” del Apocalipsis; a la guerra de Angola (y ni siquiera sabíamos dónde quedaba eso); o a hacer combinaciones químicas para cambiarle el color al pelo de algún incauto que se metía a jugar con nosotros.

¿Juegos de niños? Cuando los recuerdo se me estremece la quietud. ¡Que lejos se quedaron!

En el gobierno de Roldós se comía bien.



Fue en esta época donde empecé a apreciar la comida como cicatrizante emocional luego de mi primera decepción amorosa. Yo viajaba a Miami a conocer las maravillas del imperialismo: el ratón “miqui”, el “magdonal”, las máquinas expendedoras de bebidas y las mujeres más bellas de los Estados Unidos bronceándose en “toples” en la playa. Esto último lo recuerdo vagamente porque honestamente no me llamaba mucho la atención en esa época. Tenía apenas 8 años.

Había una niña en mi curso de primaria que me gustaba, se llamaba Carolina. Pues bien, en la sala de espera internacional del aeropuerto, ella estaba sentada frente a mi. Yo le dije con disimulo a mi madre que estaba ella ahí: me sudaba hasta la inocencia. Cuando de pronto se escuchó en los altoparlantes: “Primera llamada para los pasajeros del vuelo 235 de la compañía Ecuatoriana de Aviación con destino a la ciudad de Lima…” Ella se puso de pie con su mamá y empezaron a formar para el abordaje… Yo le pregunté a mi mamá: “¿Dónde es Lima?” y ella contestó: “En el Perú”. ¡Era peruana y yo no lo sabía, qué decepción!. Recordemos que para esa época estábamos en guerra contra el Perú, la famosa guerra de Paquisha. En las escuelas se dejó de cantar el Himno Nacional en los actos cívicos y se entonaba la canción patriótica y belicista “Paquisha” de Pueblo Nuevo. En definitiva, Carolina era peruana y no había más vueltas que darle. Para los que nacieron luego de la firma de la paz esto puede parecer una exageración, pero para quienes vivimos el conflicto, hablar del Perú era hablar del enemigo. Gracias a Dios hoy es completamente lo contrario.

Esa fue -tal vez- la primera ocasión donde tuve que priorizar entre mi patria y mis intereses personales. Luego vendrían muchísimas veces más. Sí, Carolina se había ido tras las líneas enemigas, nuestro amor -unilateral por cierto- se había quedado enganchado en los alambres de púa de las barricadas de la Cordillera del Cóndor.
Para encajar con el título de esta historia: la pena me hizo comer más; descubrí un lugar que vendía pizzas baratas y gigantescas en 10 sucres; Jaime Roldós era el Presidente Constitucional de la República luego de una larga noche dictatorial; y por esa misma temporada descubrí también el Caldo de 31 cerca del terminal de Ambato en Ingahurco en un local que sigo frecuentando hasta hoy. Tan tan.
Matías Dávila 2010, Todos los derechos reservados. Quito - Ecuador - Suramérica