sábado, 5 de junio de 2010

Mis relaciones y el Facebook



El Facebook reemplazó el parque frondoso que tenía frente a mi casa. Ese parque donde uno se conocía con la chica que luego se convertiría en la enamorada del verano, donde uno se le declaraba, donde nos besábamos y hasta donde, por falta de presupuesto, incluso con algunas llegué a hacer el amor. El Facebook le quitó las flores a las serenatas y las serenatas a los amores. Le robó la magia a las mariposas en la panza y le quitó el secreto a la complicidad. El Facebook ha llenado de inmediatez mis mañanas. Ya no tengo que darme el trabajo de llamar a nadie, es más, hace rato que no oigo las voces de los amigos que están más en contacto conmigo.

El Facebook le quitó el romanticismo hasta al menos romántico de los escritores: yo. No puedo explayarme para contar las cosas con detalle sino resumo abruptamente con la esperanza de que los que somos de mi época lleguen a comprenderlo. Además le quitó lo bonito al castellano: le quitó las tildes a las esdrújulas y abrevió hasta los insultos. En mi época de adolescente me tomaba la molestia de gritarle “hijo de puta” a algún brabucón que violara lo que yo entendía como mis derechos. Hoy, gracias al Facebook, a ese mismo hijo de puta podría eliminarlo de la lista de mis contactos. ¡Tremenda represalia!

El Facebook hizo que los chismes se conviertan en “noticias”, y eso es un problema a la hora de confesarme: qué cura me daría una penitencia por emitir y recibir “noticias”. Recuerdo que por chismoso me plantaron un recreo entero de padrenuestros y avemarías.

Pero es que hasta para hacer el amor el Facebook ha sido un represor. Cuanto había que palabrear antes… hoy solo hay que etiquetar un par de fotos, subir seis comentarios, linkear algunos sitios y ponerle fecha al coito que, por cierto, ni siquiera debe ser presencial porque con las “maravillas” de la tecnología, hoy puede hacerse en línea.

Este es mi alegato en contra de esta herramienta. Me encantaría terminar este artículo mostrando mi protesta y declarando que jamás volveré a usarlo… pero cómo difundiría este mismo artículo.
Matías Dávila 2010, Todos los derechos reservados. Quito - Ecuador - Suramérica