martes, 23 de noviembre de 2010

En el gobierno de Roldós se comía bien.



Fue en esta época donde empecé a apreciar la comida como cicatrizante emocional luego de mi primera decepción amorosa. Yo viajaba a Miami a conocer las maravillas del imperialismo: el ratón “miqui”, el “magdonal”, las máquinas expendedoras de bebidas y las mujeres más bellas de los Estados Unidos bronceándose en “toples” en la playa. Esto último lo recuerdo vagamente porque honestamente no me llamaba mucho la atención en esa época. Tenía apenas 8 años.

Había una niña en mi curso de primaria que me gustaba, se llamaba Carolina. Pues bien, en la sala de espera internacional del aeropuerto, ella estaba sentada frente a mi. Yo le dije con disimulo a mi madre que estaba ella ahí: me sudaba hasta la inocencia. Cuando de pronto se escuchó en los altoparlantes: “Primera llamada para los pasajeros del vuelo 235 de la compañía Ecuatoriana de Aviación con destino a la ciudad de Lima…” Ella se puso de pie con su mamá y empezaron a formar para el abordaje… Yo le pregunté a mi mamá: “¿Dónde es Lima?” y ella contestó: “En el Perú”. ¡Era peruana y yo no lo sabía, qué decepción!. Recordemos que para esa época estábamos en guerra contra el Perú, la famosa guerra de Paquisha. En las escuelas se dejó de cantar el Himno Nacional en los actos cívicos y se entonaba la canción patriótica y belicista “Paquisha” de Pueblo Nuevo. En definitiva, Carolina era peruana y no había más vueltas que darle. Para los que nacieron luego de la firma de la paz esto puede parecer una exageración, pero para quienes vivimos el conflicto, hablar del Perú era hablar del enemigo. Gracias a Dios hoy es completamente lo contrario.

Esa fue -tal vez- la primera ocasión donde tuve que priorizar entre mi patria y mis intereses personales. Luego vendrían muchísimas veces más. Sí, Carolina se había ido tras las líneas enemigas, nuestro amor -unilateral por cierto- se había quedado enganchado en los alambres de púa de las barricadas de la Cordillera del Cóndor.
Para encajar con el título de esta historia: la pena me hizo comer más; descubrí un lugar que vendía pizzas baratas y gigantescas en 10 sucres; Jaime Roldós era el Presidente Constitucional de la República luego de una larga noche dictatorial; y por esa misma temporada descubrí también el Caldo de 31 cerca del terminal de Ambato en Ingahurco en un local que sigo frecuentando hasta hoy. Tan tan.

1 comentario:

j_major dijo...

que ridícula que es la guerra. que bueno que se acabó. hasta los 90s era así: con recelo con los peruanos.
tengo una tía que vive en el extranjero como 40 años. ella no vivió el proceso de paz y los sigue viendo mal a los peruanos. claro, cuando viene al país.

Matías Dávila 2010, Todos los derechos reservados. Quito - Ecuador - Suramérica