sábado, 6 de octubre de 2012

¡Estoy alienado!


Tuve que ir al Oriente ecuatoriano por un tema de trabajo. Últimamente cuando la gente pregunta qué hago, por no decirle que me subo a los buses con un calzoncillo anaranjado para hablar de democracia, digo que hago política ciudadana, publicidad y capacitación. Pues bien, alguien se creyó el discurso y fui a la selva a capacitar. (Por si acaso, lo del bus y el calzoncillo anaranjado es completamente cierto)

Llegué a la comunidad de Toñampari, famosa por la matanza de los misioneros evangélicos allá por fines de los 50. Un pueblo en medio de la selva. Todo es organizado, hay una escuela y un colegio bien distribuidos; hay un espacio cubierto que uno no se explica cómo llegó ahí; hay una pista aérea y, lo más gracioso, es que a un lado de la pista hay un cuadrado de cemento donde uno debe pararse en caso de que desee hablar por celular. Ese es el único punto en la comunidad donde llega la señal… y solo de una operadora. Tienen una iglesia rudimentaria en cuyo frente se encuentran placas conmemorativas de las víctimas de la matanza, de los asesinos que luego se hicieron “buenos”, y de una mujer norteamericana ícono para la comunidad que, en vez de morir picada por una “x” luego de haber desidido vivir ahí, murió luego de una operación de la cadera en Quito. Eso fue, en honor a la verdad, lo que creí haber oído de mi nuevo amigo Adan Gaba. Finalizo el tema de la experiencia con la narración de haberme encontrado con una antena satelital… no tenían teléfono pero si Internet. Es decir, cuando ellos necesitan un médico, lo publican en el muro de su Facebook en vez de llamarle al teléfono.
Me dejó ahí una avioneta a las 10H00. El piloto me dijo a gritos (por el sonido ensordecedor de los motores) “Le vengo a ver en 40 minutos”. Hice lo que tenía que hacer y 35 minutos más tarde, estaba listo en la pista de aterrizaje para volver a montarme en el pájaro metálico que me llevaría de nuevo a la civilización… si el Puyo puede llamarse civilizado. Nos dieron las 11H00, luego las 12H00, luego la una y luego las dos. El calor era como de 38 grados y a las 11 y media se me habían acabado los temas de conversación con un par de lugareños que acompañaban mi desdicha. “Qué calor ¿no?”. “Sí” me contestaban. Eso nos dijimos como por 30 minutos.

Finalmente y con una puntualidad “suiza”, llegó el piloto a las 3 y 40. Por eso pensé que por la bulla tal vez no me dijo que me retiraba en 40 sino a las 3 y 40. Bueno, en fin, horas más horas menos, yo las tenía todas: era estar ahí o estar en mi habitación del Puyo matando cucarachas y viendo Bob Esponja.

Al subirme en el avioncito afeminado, una avioneta rosada que parecía sacada de un cuento de Barbie, me di cuenta que no había un par de audífonos para mí. Creo que los utilizan por protección del ruido. De todos modos no me hice problema y en señas le dije al piloto que utilizaría los de mi reproductor de música. Él asintió con la cabeza. Como tengo en mi reproductor activada la función de reproducción aleatoria (de la música), puse “play” y sonó de inmediato una canción de los Visconti que se llama “Qué hacemos con mamá”. Casi lloro. Volaba en medio de la selva sabiendo de antemano que si me caía en el vuelo no me encontrarían nunca, y encima más, añorando a mi mamá.

Pasaron 3 minutos 12 segundos y se acabó la canción. Sonó otra de Guns & Roses, era un rock de esos de juventud. Que hermosura, volando encima de la selva y con rock. Empecé a necesitar una ametralladora porque todas las veces que había visto una escena de sobrevuelo por la selva, era con una cámara posada en un helicóptero transportando tropas en Vietnam. Recordemos que los gringos dominan el arte aquel de lograr que nos identifiquemos con sus causas. Necesitaba una ametralladora y chinos, vietnamitas, japoneses o cualquier “ojirasgado” abajo para poder matarle… finalmente, eso hacen los buenos.

Luego de 1 minuto que duró el sentimiento, me embargó otro de rabia y desconcierto. Yo, el publicista, había caído en las redes de la alienación “jolivudense”. ¡Qué tristeza! Si yo pude ser manipulado por una imagen así, cómo serán quienes no estudiaron nada al respecto.

Aterrizamos en Shell (nombre autóctono y ancestral que significa “Mapa Aerofotogramétrico Metapolar”), tomé un taxi, pagué 4 dólares y llegué a mi hotel. Justo a tiempo para ver Bob Esponja, qué más se puede pedir.

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